Si alguien nos preguntara acerca de nuestros deseos básicos, seguramente la mayoría de nosotros incluiría entre esos anhelos palabras que resumen el logro de relaciones interpersonales exitosas, tales como un amor verdadero, buenas amistades, un buen equipo de trabajo, etc. ¿Qué es lo que determina que tengamos esos anhelos? ¿Por qué la gran mayoría de nosotros considera que estas relaciones son muy importantes para su felicidad?
La respuesta a estas preguntas se sustenta en la intensa necesidad que sentimos de estar conectados con los demás, dada su condición de ser social. Necesitamos pertenecer, ser aceptados, ser considerados e incluidos, y cuando esas necesidades no son satisfechas, podemos sufrir daños emocionales y psicológicos.
Ser rechazados por el grupo social donde se desenvuelve nuestra vida es tan doloroso, que muchas personas se niegan a sí mismos con tal de lograr experimentar el sentimiento de pertenencia al grupo. Tal es el caso de los adolescentes que se visten y actúan imitando la conducta de los miembros del grupo al que desean pertenecer, porque satisfacer la necesidad de pertenencia es tan imperiosa que los obliga a adoptar las modas, los ademanes y los valores y puntos de vista de sus compañeros, aunque no se correspondan con aquellos que han incorporado en los primeros años de su vida.
Por otra parte, en esa etapa de la vida, los grupos suelen ser muy excluyentes con aquellos que no se avienen a sus requerimientos, y hieren a aquellos que no son integrantes del grupo con burlas y humillaciones, que pueden en algunos casos dañar la estabilidad emocional de quienes son víctimas de tales prácticas, al extremo de conducirlos a drásticas decisiones, como agredir a sus compañeros de escuela o privarse de la vida. Por desgracia tales casos han aumentado significativamente en los Estados Unidos en los últimos años.
Resulta interesante que esa necesidad de inclusión y pertenencia, esa necesidad de ser amados, no desaparece cuando crecemos y nos convertimos en adultos. Ser amado es uno de los más caros deseos de todos los seres humanos, no importa la nacionalidad, la etnia, la cultura o el credo, todos queremos ser amados. Satisfacer la necesidad de ser amado, de pertenecer y sentir que alguien se preocupa o cuida de nosotros es imprescindible para que podamos ser felices y disfrutar de una adecuada salud emocional.
Ser aceptado por el grupo, es en extremo gratificante. Cuando alguien concuerda con nuestros puntos de vista y nuestra manera de actuar, sentimos que tenemos una mayor oportunidad de relacionarnos y mantenernos conectados. Por el contrario, ser rechazado reiteradamente por el grupo social al que deseamos pertenecer puede provocar soledad y sufrimientos, no solo emocionales o psicológicos, sino también físicos.
Cuando la necesidad de pertenecer y ser amados es tan intensa que llega a enfermarnos, actúa como una adición, y nos convierte en seres humanos carentes y necesitados, capaces de renunciar a nosotros mismos con tal de ser aceptados por los demás. Es ese el tercer pecado que cometemos en contra de nuestra felicidad.
Las personas "necesitadas" se perciben diferentes e inferiores. Se sienten inseguras de lo que pueden aportar a una relación y de sus atractivos personales, y experimentan el temor de ser considerados como incapaces de mantener los estándares del grupo; de no lograr el éxito y ser menospreciado por los miembros del mismo.
La necesidad perniciosa de ser aceptados, conspira contra nuestra felicidad en tanto:
- Nos hace menos atractivos para los demás.
- Nos hace merecer menos respeto.
- Nos induce a involucrarnos en relaciones insatisfactorias.
- Hace que sintamos menos respeto por nosotros mismos.
- Nos puede conducir de forma drástica al otro extremo: la evasión y la abstinencia.
La abstinencia es el polo opuesto del estado de necesidad. Evadir el grupo, abstenernos de provocar la interacción, puede parecernos una buena solución en teoría, ya que se percibe como una vía para lograr independencia y libertad. Por otra parte, ser capaz de renunciar a la interacción social, suena como algo que una persona de carácter y mentalmente fuerte es capaz de hacer.
Sin embargo, a pesar de que a primera vista parece una buena solución, evitar la interacción con el grupo, a mediano plazo conduce de igual modo a la infelicidad, ya que:
- Va en contra de la propia naturaleza humana.
- Nos hace menos atractivos para nuestros colegas.
- Nos hace menos merecedor de la ayuda de los demás.
- Nos hace sentirnos insatisfechos en el trabajo.
- Nos hace sentir una gran soledad.
Existen tres formas diferentes - pero relacionadas - de lograr relaciones interpersonales seguras y exitosas:
- Practicar la auto-compasión.
- Expresar gratitud.
- Ser amable y generoso con los demás.
Sobre las dos primera prácticas, ya hemos hablado en artículos anteriores. Es por eso que vamos a centrar nuestra atención en la última de estas tres estrategias, la cual se resume en la siguiente frase: La mejor manera de recibir amor, es dar amor. Estudios realizados por prestigiosas universidades del mundo, han revelado que las personas son mucho más felices cuando dan que cuando reciben.
Ser amables y generosos incrementa nuestra felicidad porque:
- Nos conecta con los demás.
- Nuestra propia naturaleza es ser amables y generosos.
- Nos hace sentirnos competentes y capaces.
- Dar amor y practicar la compasión nos hace sentir bien.
- Nos hace sentir mas seguros en nuestras relaciones interpersonales.
- Aumenta nuestras posibilidades de éxito profesional.
- Desencadena nuestra transformación interior.
Sin lugar a dudas, los beneficios de practicar la generosidad son tantos, y tan importantes que vale la pena su práctica sistemática, siempre y cuando sigamos las tres reglas básicas de la generosidad: (1) ser generosos con nosotros mismos; (2) evaluar el impacto de su generosidad y (3) divertirse y pasarlo bien en el acto de dar.