jueves, 21 de agosto de 2014

El Vicio de Saber

                                   

                                  

El Vicio de Saber

Algunos de mis más allegados afectos, me dicen de vez en vez que yo tengo el vicio de estudiar, porque ya ando a mediados de mi década 60 y sigo sintiendo el mismo placer y la misma motivación por los estudios postgraduados. Meditando sobre el este vicio, el único que tengo, además del gusto por el buen comer y los dulces, me doy cuenta de que desde muy temprano interioricé una máxima cuyo autor desconozco, que ha marcado el derrotero de mi formación profesional: “El saber no ocupa espacio”.

A pesar de ello, mis saberes científicos son aún muy limitados, como ocurre siempre en el caso de la especialización, ya que se concentran en el área de la Administración de Negocios. No obstante, “el vicio de saber”, me ha permitido incorporar competencias adicionales como la computación y el dominio del inglés que amplían y complementan el núcleo central de mi formación profesional.

Aparejado al aprendizaje académico, el hábito de estudiar me convirtió en una lectora furibunda y el ejercicio de la profesión me obligó a incorporar los métodos y técnicas de la investigación científica en mi campo de especialización. Todo lo cual, al contrario de aminorar mis afanes cognoscitivos, los intensificó, por lo que a pesar de mis años sigo sintiendo placer cuando tengo la oportunidad de incorporar nuevos conocimientos o de ampliarlos y profundizarlos.

Sinceramente pienso, que entre tantos vicios que se ponen de manifiesto en la sociedad actual, si habría de tener alguno, escogí el mejor. Desde mi punto de vista, veo hoy con gran preocupación como una buena parte de la juventud se encuentra más preocupada por “remodelar” su apariencia física o por obtener bienes materiales frívolos y baladíes, que por cultivar su intelecto y su cultura general.

Muchas personas que conozco, culpan a los avances tecnológicos de estas conductas. Yo por el contrario soy una defensora acérrima de que somos los seres humanos los que seleccionamos el modo y la dirección en que aprovecharemos tales adelantos de la tecnología. A mi juicio, no es  internet lo que determina que las personas pierdan el tiempo en las redes sociales o tengan conductas un tanto irracionales en el uso de las mismas, en lugar de aprovechar sus ventajas para el estudio on-line y la búsqueda de conocimientos.

A mi modo de ver, los avances tecnológicos son herramientas, y el uso que se les de, depende únicamente de la pericia y los intereses de los usuarios. Culpar a los avances de la informática de las conductas, en ocasiones aberradas de las personas – y en especial de los jóvenes – es, en mi criterio, como culpar a un alicate o a un destornillador de que una persona los utilice con una finalidad para los cuales no han sido creados.

Se trata entonces, de intereses, prioridades y, en casos extremos, de valores; todos los cuales se forman y desarrollan en el ámbito familiar. Se puede socializar por internet; se puede jugar y entretenerse por internet; pero también se puede aprender mucho (y bueno), por internet. Existen sitios web dedicados a incrementar del conocimiento de forma gratuita, sin movernos de nuestro hogar; que no exigen nivel previo de acceso a los cursos, que además son conducidos por profesionales destacados de las más prestigiosas universidades del mundo.

También existen bibliotecas virtuales; enciclopedias; la posibilidad de visitar museos y lugares interesantes; en fin, la tecnología pone a disposición del usuario interesado, la posibilidad más amplia y cómoda de encontrar e incorporar conocimientos. Sin embargo, todos los días aparecen en los medio, noticias que evidencian el uso aberrado de las facilidades que estos avances tecnológicos han puesto a disposición del hombre. ¿Acaso culparemos al “destornillador” por eso?

Todas las personas vinculadas al desarrollo de “capital humano” – en lo que incluyo también a los padres que deben comenzar a formar los futuros trabajadores y directivos – deben trazar estrategias donde las prioridades básicas estén claramente determinadas y donde las exigencias compulsen la incorporación del vicio de saber. Tanto la escuela como, posteriormente, las organizaciones laborales, deben poner ante los individuos retos que les obliguen a la búsqueda del conocimiento y de su aplicación; a la renovación permanente y la actualización de las competencias y al crecimiento cultural y profesional, cualquiera sea el campo en que se desempeñe.

Es preciso incentivar el “hambre” de conocimiento en nuestros hijos, nuestros colegas y nuestros empleados, poniéndolos ante metas que reten sus competencias y les hagan incorporar nuevas habilidades, y sean gratificados al hacerlo. El vicio de saber, al contrario de otros, debe ser “inoculado” y compulsado; pero una vez incorporado, al igual que los vicios nocivos, producirá placer y regocijo al “consumir” el conocimiento.

Solo un repertorio de prioridades y valores adecuados, propiciará que – además de socializar y distraernos con las nuevas tecnologías, como yo también lo hago – se utilicen las mismas para incrementar nuestra cultura y nuestro inventario de conocimientos y competencias. De esta manera, estaremos además en mejores condiciones para seguir incorporando y mantenernos actualizados en el uso de dichas herramientas, ya que su acelerado desarrollo es un reto permanente de renovación cognoscitiva.